Y sí, estoy de vuelta. Haciendo lo que más me gusta: viajar.
En marzo de 2020 el mundo cambió, se paró sorpresivamente y los planes de muchos se postergaron o de plano, se terminaron.
Las razones ya todos las conocen. La incertidumbre en torno al contexto sanitario en esas primeras semanas, hacía insostenible mantenerse viajando. Las fronteras se cerraron, los requisitos para viajar se endurecieron y la situación en general, se complicó para todos, no solo para los viajeros.
Yo estaba en Europa y tuve que interrumpir mi viaje para volver a Chile casi de un día para otro, ya que todo cambió y ya no podía seguir viajando. Fueron días donde no sabía que hacer.
Afortunadamente las cosas mejoraron. El mundo poco a poco ha vuelto a la normalidad con desafortunadas perdidas de distinta magnitud para todos, pero nuevamente casi en su totalidad, ha dejado los tiempos de pandemia atrás.
Gracias a esta semi-normalidad a principios del año pasado recibí una excelente noticia que me brindaba una segunda oportunidad para viajar a un país que pensaba visitar en 2020.
Tenía casí todo listo para cruzar el charco después de cuatro años viajando por Europa, pero todo los planes se vinieron abajo y la visa Working Holiday que había conseguido en 2019 para visitar Nueva Zelanda pasó al olvido.
Como medida para prevenir los contagios, Nueva Zelanda tomó la drástica decisión de cerrar la isla para todos los viajeros. Fue una decisión radical, pero que les dió muy buenos resultados en el balance general.
Las visas otorgadas quedaron congeladas y sin certeza de si en el futuro se podrían reactivar. Así pasaron dos años, sin novedad alguna y casi sin esperanza con respecto a esta posibilidad.
Hasta que finalmente todo se ordenó y para bien.
Debido a presiones internas, las autoridades de Nueva Zelanda decidieron extender la fecha de entrada para todos aquellos que tenían visa aprobada previo al inicio de la pandemia, ya que necesitaban trabajadores de forma urgente para reactivar su economía.
Una oportunidad que estaba esperando, pero que no veía por donde se podía dar.
Mi primer viaje a dedo en Nueva Zelanda
Asi fue que el 25 de enero de 2023, arribé a Auckland despues de un viaje de tres días, el viaje más largo que he hecho hasta ahora.
Fue así de largo, ya que no fue un vuelo directo. El punto de partida fue Santiago, luego tuve una escala en Houston de más de 15 horas y finalmente un vuelo de otras 15 horas más para llegar a Auckland.
Arribé a Nueva Zelanda temprano, antes de las 8 de la mañana. Después de pasar migración, ese procedimiento siempre tan estresante para los viajeros, me cambié de ropa y esperé un rato en el salón del aeropuerto para ver que hacer. Tenía claro que no me iba a quedar en Auckland. Mi destino era la ciudad de Tauranga, ubicada en la costa este de la isla norte, a unas cuatro horas de distancia.
Con ropa más cómoda, saqué mi cuaderno y escribí en letras grandes «TAURANGA». Ya estaba decidido como iba a viajar. El cansancio de los tres días de viaje y el jet lag provocado por los cambios de horarios no mermaron en absoluto mi energía y mis ganas de volver a pararme en la ruta con mi mochila.
Mi corazón, mi alma y mis ojos se llenaron de alegría mientras caminaba para buscar un buen lugar para hacer dedo. No podía creer que estaba viajando de nuevo, al otro lado del océano y comenzando una nueva aventura.
Por momentos durante este tiempo parado, sentí que sería muy dificil volver a viajar de la forma en la que lo estaba haciendo. Sentimientos apoyados por todo el contexto de poco optimismo y malas noticias que inundaron nuestros días por un par de años. No fue fácil abstenerse de todo eso la verdad.
Con un poco de timidez, como si fuese la primera vez, acomodé mis mochilas y comencé a sonreir a un costado del camino. Sentí una felicidad tremenda en ese momento que me es difícil explicar con palabras.
Los autos comenzaron a pasar, las personas comenzaron a sonreir también. Mientras algunos hacian señas con las manos disculpándose por no poder llevarme, una señora que iba con sus hijos paró, pero lamentablemente iba en la dirección contraria. Se disculpó y siguió su viaje. Fue una buena señal.
Después de treinta minutos de grata espera, frenó un neozelandés que venía al igual que yo, recién bajándose del avión. Dijo que no iba hasta Tauranga, pero que me dejaba a mitad de camino.
No dudé un segundo en subir.
¡Estaba feliz! Estaba en éxtasis por volver hacer lo que tanto me gusta.
Viajar a dedo es conectarse con las personas de una manera diferente, más cercana, ya que implica una declaración de confianza mutua que va más alla del intercambio monetario y traspasa barreras idiomáticas, sociales y culturales.
El viaje fue muy ameno. Conversamos mucho acerca de Nueva Zelanda. Apenas llevaba un par de horas en el país y tenía curiosidad por conocer cosas desde la perspectiva de sus propios habitantes.
Tengo que reconocer que me costó un poco al principio, ya que no hablaba inglés hace mucho tiempo, además el acento «kiwi» es un poco complicado de entender.
La palabra «kiwi» se usa comúnmente como gentilicio para referirse a las personas de Nueva Zelanda y tiene relación con los «kiwis» unas pequeñas aves endémicas de color café. El nombre de la fruta que todos conocemos como «kiwi» viene por el parecido que los neozelandeces encontraron entre ella y estas pequeñas aves.
Después me solté más. Mejorar mi inglés es uno de las razones por las que viaje a Nueva Zelanda y hablar con nativos es la mejor forma de lograrlo.
Cuando nos separamos, no tuve que esperar más de 15 minutos para que otra persona se ofreciera a llevarme. El conductor era un señor mayor, pensionado como el mismo me contó, que iba lamentablemente al funeral de un viejo amigo.
Fue un viaje corto, lo cual no fue impedimento para conversar de política, medio ambiente y la economía de Nueva Zelanda, Chile y el mundo. Sí, de todo eso conversamos en el rato que viajamos juntos. Era muy simpático y también curioso.
En la ciudad de Paeroa me bajé. Tauranga estaba cada vez más cerca.
El clima estaba muy extraño. La temperatura era agradable, pero en el cielo acechaban unas nubes grises cargadas de agua que en cualquier momento se hacian presente en el viaje.
Y así fue. Mientras esperaba por un nuevo viaje, comenzó a llover un poco. Era a todas luces una lluvia pasajera que en ningún caso mermó mi felicidad y mis ganas de seguir haciendo dedo.
A la salida de la ciudad había una gasolinera que me sirvió de protección y punto de espera, ya que los autos pasaban lentamente junto a ella. No tuve que esperar mucho, ya que pocos minutos más tarde un señor paró y me sacó de la lluvia.
Siguiendo la tendecia de las personas anteriores, este señor se mostró muy amigable y dispuesto a conversar acerca de los lugares por donde pasabamos.
El señor iba hasta la ciudad de Waihi, unos 20 kilómetros más adelante, así que el viaje no fue tan largo.
Ya en Waihi no esperé más de 10 minutos para un nuevo viaje, el último del día.
La persona que paró iba directamente a Tauranga así que con él se terminaba mi primer viaje a dedo por Nueva Zelanda. Iba a visitar a su hija y a recoger algunas compras. Lamentablemente en el camino lo llamaron para avisarle que no iba a poder verla, pero siguió con el viaje igual, ya que si o si tenía que retirar las compras.
Manejaba rápido así que en menos de una hora ya estaba en el centro de Tauranga.
Al llegar a la ciudad lo acompañé a retirar sus compras y para mi suerte, el último lugar por donde tenía que pasar estaba a menos de cinco minutos del hostal donde tenía reserva.
No podía pedir más para mi primer viaje a dedo en Nueva Zelanda.
Al llegar al hostal, subí a la terraza y por unos minutos me paré a contemplar el mar y el cielo gris que avisaba que la lluvia no había terminado.
Con ese paisaje frente a mí y ya más tranquilo, no pude evitar emocionarme por todo lo que había pasado para llegar ahí y por todo lo que había vivido los últimos años. Fue un momento mágico de alegría, libertad y agradecimiento por tener nuevamente la oportunidad de viajar y hacer lo que me gusta.
En resumen, fueron cuatro las personas que me ayudaron y se dieron el tiempo de compartir un poco de sus vidas y de su rutinas con un viajero, un mochilero que recién llegaba por estas tierras desde el otro lado del océano.
Un viaje inolvidable. El primer viaje a dedo en Nueva Zelanda, el país número 42 que tengo la oportunidad de conocer.
Bienvenidos nuevamente.
Patricio – En Modo Viajero