Primero que todo aclarar que no tengo el Coronavirus (COVID-19). No estoy en cuarentena por eso. Bueno, sí. Barcelona, la ciudad donde me encuentro en estos momentos, se encuentra bajo cuarentena al igual que toda España y varios países del mundo por la ya declarada pandemia.
¡Pero que frágiles somos! ¡Qué frágil es el sistema en el que vivimos!
Tan frágil es que en un par de meses toda nuestra vida, como la veniamos desarrollando hasta ahora, ha cambiado. Nuestra forma de relacionarnos, las cosas que podemos hacer en la calle ¡Ya no podemos ni salir a la calle!, lo que podemos comprar o comer, las personas que podemos visitar y todos los planes que estaban destinados para ser realizados este año se han pospuesto o definitivamente, cancelado.
Me encuentro en un hostel con otros viajeros que están tratando de volver a sus países, ya que el cierre de fronteras ha llevado a la cancelación masiva de vuelos.
Lo que se veía hace unos meses como una crisis «china» o «asiática» (lo escribo de esa forma no de forma peyorativa, sino que para resaltar la idea de que todos compartimos el mismo lugar. Para muchos China pareciese estar muy lejos de todo, casi como en otro planeta), hoy golpea prácticamente a todo el mundo por igual. La veíamos de lejos: «por acá no va a llegar, sigamos como estamos, todo va a estar bien». Muchos, me incluyo, tomamos al coronavirus como algo «inofensivo» que era imposible que pudiese afectar de la forma como lo está haciendo, al resto del mundo.
Pero nuevamente, y de golpe, volvemos a aterrizar y a darnos cuenta de lo frágiles que somos. En un par de días los gobiernos cerraron fronteras, restringieron el libre tránsito de las personas y cerraron prácticamente todos los comercios. El llamado es a permanecer en casa para no contagiarse o no contagiar a otros. Ya ni siquiera podemos abrazarnos o besarnos. Tampoco darnos las manos. Todo esto ha sido suprimido por razones de seguridad y sanidad. Incréible, lo encuentro increible y digno de un guión para una película. Seguro ya hay varios que lo están escribiendo.
Y ante este tipo de situaciones, volvemos a ver lo malo y bueno de la humanidad.
Personas acaparando papel higiénico, alcohol gel, mascarillas, comida para alimentar un pelotón o peleando para comprar aún más, dejando cero opción para que el resto se pudiese abastecer, han sido la tónica de los supermercados y tiendas por estos días. El egoísmo e individualismo en su máxima expresión.
Este tipo de personas, privilegiados por tener la capacidad económica para comprar tal cantidad, son el tipo de gente que pudre todo. Aún en este tipo de escenarios donde se espera mayor compañerismo, siguen pensando en su propio mundo, pensando en que de esa forma se van a salvar, van a sobrevivir. De verdad me empelotan, perdón por el vocabulario, pero es así.
Pero también están aquellos que lo entienden todo.
Acabo de ver un video de España donde los vecinos se organizaron para llevarle un trozo de pastel a una vecina que estaba en cuarentena para el día de su cumpleaños. No podían abrazarla, no podían acercarse a saludar, pero uno de ellos le dejó el pastel delante de su puerta y le indicó que se asomase por la ventana, ya que sus vecinos desde los balcones de sus casas, le iban a cantar feliz cumpleaños. La señora no lo podía creer, la emoción reflejada en sus lagrimas felicidad y agradecimiento por lo que sus vecinos estaban haciendo, eran la muestra de que nunca lo esperó, menos en esta situación.
Esta es la gente que en caso de cualquier tragedia, siempre se va a salvar. Se van a salvar por que piensan en el resto, tienen empatía, se ponen en los zapatos con barro del otro, aunque el barro le llegue a las rodillas. Se van a salvar aunque el sistema colapse una y mil veces, porque saben trabajar en equipo y van a encontrar la forma de crear un sistema que les permita sobrellevar la contingencia y salir adelante. El de los 100 rollos de papel higiénico y los 60 alcohol gel no va a alcanzar ni siquiera a ocuparlos.
Y así de la noche a la mañana, en un par de meses, el sistema colapsó. Los gobiernos están repensando todo, las economías se fueron al carajo, de la seguridad con la que muchos vivian ya no queda mucho y de los planes para este año tampoco.
Así de frágiles somos, así de frágil es el sistema en el que vivimos. Así de humanos somos, por mucho que algunos se crean superhérores. Así de fragil es la vida y así de linda es, ya que nos da la opción de volver a replantearnos las cosas, acercarnos a lo que realmente importa y volver a la simplicidad.
Aquellos que acaparan tienen miedo, miedo a no tener nada. Miedo a la simplicidad. Miedo a no poder adquirir lo que quieren, cuando y como lo quieren. Porque ese que compra 50 rollos de papel no tiene hambre, tiene temor, pánico, a vivir con lo justo. Nadie va a comer 50 rollos de papel para vivir.
Es tiempo de reflexión, de repensar la forma en la que estamos viviendo, parar el consumismo y bajar un par de velocidades a la loca vida que llevamos. Volver a lo simple. Mientras más simples vivamos, menos impacto tendrán este tipo de situaciones en nuestra forma de vivir.
Vivir con poco, solo con lo que puedo cargar en la mochila, es una de las enseñanzas que he aprendido viajando.
Escribo estas lineas con muchas sensaciones en mi cabeza. No lo puedo evitar. Estoy en una ciudad maravillosa que no puedo salir a recorrer, escuchando las quejas y problemas de aquellos que no han tenido respuestas a sus vuelos cancelados y con personas que al mínimo estornudo miran con recelo y distancia. Tiempos de coronavirus.
Escribo con algo de frustración porque también tenía un viaje programado que no se si voy a poder realizar. Un viaje a un lugar que desde hace un tiempo había querido visitar. La situación cambia a cada hora y nadie sabe que pasará en la tarde o a la mañana siguiente. Todo es incertidumbre.
Pero se que puedo estar peor, por eso me relajo y tomo las cosas con calma. No puedo hacer mucho más. Al final pensar una y otra vez en la misma situación y sus consecuencias, creo que enferma mucho más que la propia enfermedad.
No podemos controlarlo todo, por mucho que queramos o creamos que podemos.
Esto tardará un par de meses (espero) antes de bajar la intensidad y volver a un cierto grado de normalidad. Lo único que queda por ahora es cuidarse, seguir las recomendaciones de las autoridades y cuidar al resto. Mientras mejor lo hagamos, más pronto se acabará todo esto.
Pensemos positivamente.