De Santiago se pueden decir muchas cosas: que el tráfico ya no se aguanta, que la contaminación del aire es demasiada, que hace mucho calor en verano, que hace mucho frío en invierno o que el agitado estilo de vida santiaguino es para volverse locos. Hay mucha verdad y realidad en esto, pero tengo que destacar algunas cosas que convierten a la capital en una ciudad especial y que a veces se pasan por alto: las impresionantes montañas que la rodean, los cerros islas que se funden en la trama urbana de la ciudad y los hermosos atardeceres que se pueden ver en Santiago.
Al caminar por la ciudad siempre encontrarás una calle, un mirador o un balcón por el que podrás ver aunque sea un pedacito de la Cordillera de los Andes, esa imponente pared montañosa de nieves eternas que protege la ciudad.
Y no solo los Andes, ya que en la otra dirección, hacia el mar, son las montañas de la Cordillera de la Costa, el otro cordón montañoso que rodea la capital, las que aparecen en el paisaje.
Con este paisaje montañoso único de fondo los atardeceres en Santiago se exhiben majestuosos en la que es la ciudad más grande de Chile y la única región sin salida al mar de todo el país.
La capital de Chile es una ciudad vibrante, llena de actividades y que vive a un ritmo acelerado, como la gran mayoría de las capitales del mundo. Son casi 7 milllones de habitantes que hacen latir la ciudad y fluyen día a día por cada uno de sus rincones.
Dentro de la vorágine santiaguina hay otra montaña, para ser más preciso, otro cerro que no se puede dejar de mencionar.
El cerro San Cristóbal gracias a su inmejorable ubicación es el principal mirador natural de Santiago. Desde lo alto se puede ver practicamente toda la ciudad, sobre todo después de días de lluvia, ya que la contaminación del aire que lamentablemente cubre con frecuencia Santiago, da paso a una panorámica alucinante que combina lo urbano y la naturaleza.
Al cerro se puede llegar en metro, bicicleta, microbus o incluso caminado, ya que está en pleno centro de Santiago. Parafraseando la famosa expresión, se podría decir que «todos los caminos conducen al cerro San Cristóbal».
Aprovechando que vivía cerca, a unos 30 minutos caminando, lo visitaba practicamente cada semana. El «San Cristóbal» se convirtió en un lugar muy importante para mí los dos últimos años que viví en Santiago.
A veces iba temprano para hacer deporte, pero la mayoría de las veces lo subía entrada la tarde para esperar la puesta de sol. Caminar por sus senderos era medicina para mi. Un lugar ideal para conectarme con la naturaleza y desconectarme de mi rutina y velocidad con la que vivía en la ciudad.
En la tarde me gustaba más, ya que no había mucha gente. Por la mañana sueke colmarse de deportistas, familias y turistas, ya que es un paseo muy recomendable para todo el que vive o pasa por Santiago.
Cuando tenía tiempo aprovechaba de dar la vuelta completa, sin prisa, hasta llegar a los pies del gran monumento de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que corona el cerro. Caminaba por la calle principal admirando las distintas postales de Santiago y los contrastes que se pueden reconocer desde los distintos miradores que hay a lo largo del camino. En otras ocasiones simplemente me perdía por alguno de sus senderos hasta encontrar un buen lugar para esperar el atardecer.
Había uno en especial cerca del observatorio astronómico que visitaba seguido, ya que no era muy conocido y casi siempre se encontraba sin muchas personas. Me gustaba escuchar los sonidos de las aves y de los árboles al ritmo del viento de la tarde, por eso buscaba lugares poco visitados. Mientras contemplaba el atardecer quería estar tranquilo, solo eso.
Con frecuencia en verano pasaba a comprar un mote con huesillo bien helado para capear el calor antes de instalarme a contemplar el show de colores y luces de la tarde en este lugar especial.
Ni el cine más cómodo de la ciudad podía igualar lo confortable y feliz que me sentía sentado en la ladera del cerro, en una roca o en la misma tierra, frente a esa pantalla natural de infinita definición en la que se transformaba el cielo santiaguino cada tarde.
No te voy a decir donde se encuentra este lugar. El cerro es grande y hay muchos lugares que puedes hacer tuyos también. Te invito a encontrarlo.
Otro lugar al que iba, aunque en menos ocasiones, era al mirador Gabriela Mistral. Es el lugar ideal para ver el atardecer entre las montañas de Santiago, ya que se puede apreciar la Cordillera de los Andes y la Cordillera de la Costa y casi toda la ciudad en una panorámica fascinante de 360° grados.
Una vez que encontraba un lugar especial para ver el atardecer de Santiago, me enfocaba en mirar como el sol bajaba lentamente hasta perderse por el horizonte, detrás de las montañas de la costa. Quedaba hipnotizado mirando su silueta. Sentía que por tan solo unos pocos minutos, mis ojos podían contemplar por completo su figura y su contorno. Más temprano era imposible hacerlo sin lentes de sol. Ni lo intentaba.
Cuando iba al mirador Gabriela Mistral a veces me costaba decidir para donde mirar, ya que mientras el sol comenzaba a bajar por la costa, las montañas de la cordillera se transformaban en un lienzo perfecto que cambiaba a cada segundo en una danza de matices que se complementaba con las luces que poco a poco comenzaban a iluminar la ciudad.
No me movía de mi posición hasta que el sol se escondía por completo. Hasta ver como su último destello se extinguía más alla del horizonte. Recién después de ese momento comenzaba lentamente la vuelta a casa.
En mis últimas visitas, antes de bajar del cerro, comencé a agradecer por el momento vivido y por la claridad y calma que experimentaba después de cada atardecer. Sentía que de alguna manera debía devolver toda esa buena vibra y energía con la que volvía a la ciudad.
Los atardeceres entre las montañas de Santiago hicieron mucho más agradable mi estadía en la ciudad. Cada vez que necesitaba despejarme iba al cerro a ver la puesta de sol. Ahí arriba, en ese oasis de tranquilidad en medio de la metrópolis, encontraba el balance perfecto para continuar la semana y reencontrarme con las cosas simples que la naturaleza ofrece y que tanto me gustan.
Las montañas de Santiago las llevo grabadas en mi disco duro como un archivo imposible de eliminar. Me di cuenta en los años que estuve de viaje fuera de Chile, ya que siempre, inconscientemente, miraba y trataba de ubicarlas en el paisaje de la ciudad o lugar en el que me encontraba.
Sentí una conexión tan fuerte con la montaña y los atardeceres este último tiempo que antes de iniciar mi viaje la retraté en mi piel con un pequeño tatuaje en mi brazo izquierdo.
Ahora cada vez que me falten las montañas de Santiago, sus atardeceres y también amaneceres, miraré mi brazo para reencontrarme con mis recuerdos y alguno de los miradores del cerro San Cristóbal que tanta alegría y calma me brindaron los últimos años antes de iniciar mi aventura en Nueva Zelanda. Siempre me acompañarán.
Este tipo de momentos y experiencias son las que quiero acumular y atesorar como recuerdos para toda la vida.
Información práctica sobre el Cerro San Cristóbal
El cerro San Cristóbal acoge uno de los parques urbanos más grandes del mundo, el cuarto para ser exacto. Es el principal pulmón verde de la ciudad y recibe día a día a cientos de santiaguinos y también turistas. Recorrer el parque por el aire gracias al teleférico de Santiago o dar un paseo por la historia en el antiguo funicular son algunas de las variadas actividades que se pueden realizar en el parque, el cual es de acceso gratuito.
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