Después de dos meses y medio en Montenegro, es tiempo de continuar el viaje por los Balcanes. El verano ya acabó y se siente. Lo siento cada día al tener que abrigarme con las únicas cuatro chaquetas que cargo en la mochila y el gorro de lana con el que cubro mi cabeza rapada. Sí, lo sé, es mala idea raparse cuando viene el invierno en Europa. Ya lo he aprendido.
El siguiente destino esta ahí, muy cerca, esperando mi visita. Yo también espero con ansias poder viajar a dedo por la misteriosa Albania.
¿Albania, pero qué vas a hacer en Albania?
Esa fue la pregunta que muchos me hicieron cuando les conté que iba a visitar el país. Albania no goza de buena fama en Europa. Es considerada un país peligroso donde la “mafia” lo controla todo, del tercer mundo, un lugar donde no hay nada interesante para hacer y ver, ubicado en el patio trasero del continente. La mala reputación que se le carga, viene de la mano de aquellos que, después de la caída del comunismo y 45 años de aislamiento, huyeron del país al resto de Europa para buscar una mejor vida arreglándoselas de la forma que podían.
Estos antecedentes harían cambiar de planes a la gran mayoría, seguro que tu también lo pensarías. Yo también algunos años atrás, pero ahora no, por el contrario. Hace un tiempo comencé a creer firmemente en la necesidad de ver las cosas y situaciones, con mis propios ojos. Sentirlas y vivirlas en primera persona. Esa curiosidad, deseo y comezón que tenemos todos los viajeros (sí, tú también) por conocer y viajar a lugares «diferentes», destinos poco convencionales para la gran mayoría, es algo que se repite constantemente en mi cabeza. No soy Superman ni nada parecido, siempre pueden ocurrir cosas malas, pero creo que hay más personas buenas, generosas y dispuestas a ayudar que aquellas que no.
No hay nada mejor para romper la paranoia comunicacional, que absorvemos a través de los medios, que ver las cosas in situ, donde suceden y como ocurren.
Entonces, ¿Por qué no viajar a Albania?

Después de más de dos meses sin hacer autostop, ya que en Montenegro no lo hice (solo al llegar a Kotor desde Dubrovnik), debido a que me movilicé junto a amigos, toca volver a la ruta. Es un poco extraño, nuevamente revolotean todo tipo de sensaciones por mi cabeza: incertidumbre, miedo, curiosidad, alegría, confianza, inseguridad y ansiedad, por nombrar algunas.
Además, Abania parece ser un destino muy diferente a lo que estaba acostumbrado, lo cual aumenta la intensidad de esas emociones a medida que se acerca la fecha de salida, al igual que la primera vez.
Por romántico que suene, me refiero a la primera vez que hice autostop. No te imagines cosas.
Tengo todo listo para salir mañana temprano. Ya revisé en Hitchwiki (guía para hacer Autostop) las sugerencias de otros viajeros, las cuales marqué en mi mapa. También revisé en Google Earth para tener una idea de cómo son los caminos en Albania. ¿Y la mochila? La mochila siempre está lista para viajar.
Viajando a dedo por Albania: comienza el viaje
El día estaba perfecto: despejado y sin lluvia. Montenegro me despide de la mejor forma. No podía dejar el país en medio del temporal de ayer. Fueron unos meses increíbles, por lo cual teníamos que despedirnos bajo el mismo ambiente en el que nos conocimos una tarde de septiembre en la bella ciudad de Kotor.
A las 8 de la mañana ya estoy caminando hacia una gasolinera en la carretera que va hacia Shkodra (Shkodër) en Albania. A medio camino, un señor para y hace señas para que me suba a su auto. Me acerco a la ventana para mostrarle mi letrero y confirmar si va en la misma dirección, lo cual confirma moviendo la cabeza. No lo dudo más y me subo casi de un salto en el pequeño auto. ¡Pero qué fácil! No me ha tomado ni un segundo lograr el primer viaje, la suerte está de mi lado, pensé ingenuamente mientras me coloco el cinturon de seguridad.

Pero lo que viene fácil, fácil se va, ya que el viaje apenas dura unos pocos metros. El señor en un segundo, me bajó del cielo al infierno autoestopista al querer cobrarme por el viaje hasta Tuzi (última ciudad antes de la frontera). Le explico que estoy viajando a dedo y que no tengo dinero, que no necesito viajar en taxi. No entiende e insiste en que tengo que pagar si quiero continuar el viaje. Como no llegamos a acuerdo, finalmente me bajo a 20 metros del lugar en el que estaba. Era demasiado bueno para ser cierto.
Ya en la gasolinera busco un lugar con espacio suficiente para que los autos paren y me instalo siguiendo el manual: mochilas adelante, cartel con el nombre de la ciudad de destino y una gran sonrisa dirigida a todos los que pasan. Ya tengo este procedimiento instaurado en mi cabeza. Por mucho que lo parezca, no es llegar y pararse al lado de la ruta. Hacer autostop tiene algunos trucos que hay que considerar para conseguir viajes lo más rápido posible.

Después de una hora y media saludando a conductores, uno de ellos para junto a mí. Es una furgoneta en la que va Bobo, un montenegrino que tiene un negocio en Tuzi, quien se ofrece a llevarme hasta ahí. Después de presentarnos y al decirle que viajo a dedo, no tarda en ofrecerme comida y un lugar para tomar una ducha. Al ver mi carpa, piensa que he pasado la noche en la calle. Le agradezco y explico que no es necesario, ya que estaba en un hostal. Estaba preocupado por el lugar donde había pasado la noche, ya que la noche anterior había llovido mucho.
Luego de 20 minutos llegamos a Tuzi, pequeña ciudad cuya principal avenida es la carretera que une Podgorica con Albania y en la cual no viven más de 5000 personas.
Tras caminar unos 300 metros para buscar un buen lugar para seguir haciendo dedo, ya estoy listo para seguir el viaje. Cada vez estoy más cerca de Albania. La mitad de los autos que pasan tienen placa albanesa. Confío en salir rápido de ese lugar y llegar pronto a la frontera. No más de 15 Km me separan de un nuevo país.

Después de 40 minutos, para un auto con 4 pasajeros a bordo. Esto último me hace desconfiar, ya que pienso que es un taxista que intentará cobrarme como el señor en Podgorica. Al acercarme se bajan dos personas. Mientras uno abre la maleta el otro me pregunta si hablo alemán. ¿Alemán? Con sorpresa respondo “ein bisschen” (un poco) y le digo que voy hasta Shkodra. Me cuentan que también van en esa dirección, por lo cual aceptan llevarme sin problemas ¡Albania allá voy!
Aunque suene extraño, nos vamos conversando en alemán. Dos de ellos viven en Berlín, acababan de llegar al aeropuerto de Podgorica y van a Albania para visitar a sus familiares. Los otros dos han venido a recogerlos desde Elbasan.
Se estima que hay más de 1.000.000 de albaneses viviendo fuera de del país, lo cual representa casi el 40% de la población. La gran mayoría abandonó Albania luego de la caída del comunismo y la crisis económica y social que afectó al país durante los años 90 y no volvió más.
Uno de ellos, el que va a mi lado, es el que más habla y el más curioso. Me pregunta el nombre, de dónde soy, mi edad, para dónde voy y cuánto tiempo llevo viajando. A decir verdad, estas son las principales preguntas que me hacen cuando viajo haciendo dedo.
¡Soy de Chile! ¿Conocen Chile?. “Kili” responden a coro, mientras me miran sorprendidos, tratando de entender qué hace un tipo del otro lado del mundo viajando a dedo por su país. Por mi parte grabo en mi cabeza la palabra que acabo de aprender: “Kili», Chile en albanés.
La conversación se interrumpe por unos minutos al llegar a la frontera. Salimos de Montenegro sin problemas, ni siquiera me timbran el pasaporte (yo quería el sello). Luego pasamos a la oficina del lado albanés. Mientras el policía revisa el pasaporte de todos y especialmente el mio, le explican que me han recogido unos kilómetros antes y que estoy haciendo autostop. El policía me mira mientras pasa los pasaportes por el lector y se ríe. Los devuelve y se despide sin decir nada. Mientras retomamos la marcha, reviso el pasaporte para confirmar si lo ha timbrado, pero nada, tampoco lo hizo. Un poco preocupado le pregunto a mis compañeros de viaje por el timbre, pero no dicen nada, no les extraña. Parece que es una práctica frecuente. Me quedo pensando unos minutos acerca de los timbres, lo único que espero es no tener problemas en el futuro por no tenerlos.
Ya en Albania preguntan que me parece lo que veo por la ventana. ¡Me gusta!, respondo. Se muestran asombrados, parece que no lo creen.
La carretera va en medio de pequeños poblados, dominados por campos utilizados para la agricultura. En la otra dirección van quedando atrás las imponentes montañas del norte del país, mientras que por la derecha el lago Skadar, el más grande de los Balcanes, nos acompaña con su tranquilidad en cada kilómetro que avanzamos. Se ven campesinos acarreando ganado, vendedores de choclo al costado de la ruta, carretas cargadas de vegetales y pasto para los animales y muchas gasolineras. Es un paisaje completamente diferente al de los últimos meses. Me gusta, aunque no me crean.
Les pregunto si conocen Himara, ciudad del sur de Albania donde pretendo llegar. Me dicen que es un bonito lugar, pero que ahora hace mucho frío. “Tirana es mejor, hay de todo”. “Es la mejor ciudad de Albania”, me cuentan entusiasmados.
De pronto, no sé como llegamos a ese tema exactamente, comenzamos a conversar sobre un tema delicado: “la mafia albanesa”.
La “Mafia Albanesa” es el nombre con el que se conoce popularmente a las actividades que realizan grupos criminales radicados en el país. Tienen redes a lo largo de toda Europa e incluso, otros continentes. Por esto último, es considerada una de las más peligrosas a nivel mundial.
Seguimos hablando de Tirana. Dicen que hay mucho dinero, que se ven autos lujosos, famosos clubes nocturnos y que hay muchas cosas para hacer. Luego agregan que es probable que todo eso sea debido a que desde ahí se mueve todo lo relacionado con las actividades de la mafia.
Para meterle más pimienta al tema, me ponen al tanto de las noticias policiales de Shkodra: un par de meses atrás habían asesinado a cinco personas por asuntos que «probablemente» tengan que ver con la mafia. Los escucho con atención, se nota que no es algo que los enorgullezca, pero están concientes del problema, un problema que afecta a todo el país y que no pueden pasar por alto.
Después de hablar de este tema, no hablamos mucho más. Ya queda poco para llegar.
Ya en Skhodra paramos en una pequeña calle en el centro. Al despedirnos, lo hacemos en alemán, español y albanés: “Danke Schön, muchas gracias y faleminderit”.
Agarro mi mochila y camino rápido hacia el otro extremo de la ciudad para seguir el viaje. Vendedores ambulantes, decenas de cafeterías, tiendas con todo tipo de productos, edificios algo desatendidos y otros muy modernos, panaderías, “burekterías”, casas de cambio y banderas de Albania por todas partes conforman el paisaje de la avenida principal de la ciudad. Aunque es domingo, hay mucho movimiento y tráfico. Con esto último tengo mis primeros roces con el país: nadie respeta las normas de tránsito. Conductores y peatones por igual. Los pasos peatonales parecen decoraciones más que instrumentos de orden vial. De locos.

Después de 40 minutos, ya estoy en la ruta que va hacia Tirana. El lugar no es de los mejores, ya que está antes de un puente, pero hay espacio suficiente para que los autos puedan parar. Eso es lo principal.
Sin embargo, nadie lo hace. Los únicos que paran son los minibuses y taxis informales que tratan de convencerme para que vaya con ellos. Con una sonrisa y un “no money, no leks”, evito que sigan insistiendo.
El tiempo pasa y me empiezo a preocupar. Con el horario de invierno a las 4 de la tarde se oscurece y baja la temperatura. Ya llevo más de una hora esperando y está fresco.
Estoy un poco decepcionado. Los viajeros que conocí en Montenegro y la información que había leído en algunos blogs sobre hacer autostop en Albania, contaban lo facilísimo que era hacer dedo en estas tierras. Algo así como que ni siquiera tenías que pedirlo, ya que la gente te veía con la mochila y ofrecía llevarte. Por el momento, mi experiencia estaba siendo completamente diferente. Los que paraban lo hacían solo para cobrarme.
Cuando estaba pensando en pasar la noche en Skhodra, de la nada, alguien para junto a mí ¡Al fin!
Después de asegurarme que no es otro improvisado taxista, subo mis cosas y me siento junto al conductor para emprender el viaje a Tirana, la capital de Albania.
El conductor (“Ed” desde ahora), habla solo albanés. Nada de inglés, tampoco italiano (idioma muy común en Albania), y mucho menos español. Como podemos nos presentamos e intercambiamos la información básica entre todo autoestopista y conductor: nombre, país de origen y destino.
Mientras suena la radio a todo volumen con una especie de “Beyonce o JLO” albanesa, intentamos conversar un poco más. No tengo internet, pero “Ed” saca su celular y pide que le hable al traductor de Google para entender mejor lo que quiero decir. Le pregunto de donde es, si de Tirana o de Shkodra. Me responde a través del traductor, entusiasmado, que es de Shkodra, pero que va a Tirana porque tiene una cita con una chica de la capital. Le habla de nuevo al traductor para explicarme que es la primera vez en la que se van a reunir. Ahora entiendo la pasión y la prisa con la que maneja. Adelanta y aprieta el acelerador cada vez que puede. Parece que va atrasado.
Pasamos frente a una patrulla policial, pero poco parece importarle. Mientras acelera, saca de la guantera una placa y me la muestra. “Ed” es policía. Luego me pasa el teléfono para mostrarme una foto con su ropa de trabajo: uniforme, metralleta y una máscara que apenas deja ver sus ojos. Debe trabajar en las fuerzas especiales pienso mientras me lo imagino tirado en el piso en punta y codo al estilo Rambo.
Me tranquiliza saber que voy en el auto de un policía. Aunque minutos más tarde pienso: ¿qué tan seguro puede ser?, ya que la policía albanesa no tiene fama de ser de las más correctas debido a las relaciones con la mafia y a los casos de corrupción que se le cargan.
No me preocupo mucho por eso y comienzo a mirar por la ventana los campos de oliva, los viñedos, las decenas de casas vacías que están en construcción o quedaron a medio construir por falta de dinero y el sol que poco a poco se va poniendo por el oeste, por donde está el mar. “Ed” responde una llamada de su “cita a ciegas” y luego sube el volumen de la radio para escuchar por quinta vez la misma canción. Yo voy hipnotizado por el paisaje de mi nuevo país.
Menos de dos horas nos toma llegar a Tirana. Ya estando abajo del auto, escucho un “Chao amigo” con un extraño acento albanés que “Ed” grita por la ventana antes de perderse en el caótico tráfico de la capital. Al final ya nos entendíamos mejor.

Mi amigo albanés me deja junto a la carretera que va a Durres, ciudad costera al oeste de Tirana. Estoy a mitad de camino y quedan menos de dos horas de luz natural. Tengo claro que no voy a llegar a Himara, pero no quiero pasar la noche en Tirana. Tengo que avanzar lo que más pueda, al menos llegar a Durres.
Comienzo de nuevo y me paro justo en una entrada a la carretera. No hay mucho espacio, pero no es problema para los albaneses que frenan en cualquier parte. Después de diez minutos para una persona, ¡Qué rápido!
El conductor tiene unos 22 años y habla muy poco inglés. Nos ponemos a conversar, pero algo va mal. Lo presiento. Me pregunta acerca de los taxis en Chile, quiere saber qué tan caros son. ¿Taxis?, pregunto de vuelta para confirmar si entendí bien. Sí, taxis, responde.
El interés viene, ya que él es taxista y transporta gente entre Tirana y Durres. Al escuchar esto, me apresuro en decirle que estoy viajando a dedo por Albania y que no necesito taxis, que no tengo dinero para pagar uno. También le digo que me puedo bajar en ese punto de la carretera (hay una gasolinera cerca), para que siga con su trabajo. El chico sonríe nerviosamente y asiente con la cabeza. No tengo idea lo que significa eso. No sé si me tengo que bajar o va a seguir conmigo hasta Durres. Lo único que espero es que no se moleste, me obligue a pagar el viaje o se ponga odioso.
Luego de avanzar un poco, toma la primera salida que ve y damos la vuelta. Estamos en Vorë. Él volverá a Tirana, por lo cual tengo que bajarme ahí. Al bajarme le agradezco y pido disculpas por el malentendido. No dice nada, solo sonríe y mueve la cabeza en señal de que está todo bien.
Vuelvo a empezar. No queda mucha luz y está cada vez más frío. Tengo una carpa, pero no tengo saco de dormir. No estoy preparado para pasar la noche afuera y no me quiero arriesgar.
Después de una hora y media bajo la tibia luz de un poste a la salida de una gasolinera sigo esperando, no ha parado nadie. En realidad han parado solo buses y taxis, quienes se van apenas digo: “Autostop, no money, no leks”.
Es suficiente, me resigno y decido tomar el siguiente bus que vea. No es lo deseado, pero hace frío y no tengo más chaquetas que ponerme. Sin embargo, hay un problema: no tengo dinero. No tengo Leks. Cruzo hacia el centro de Vorë, del otro lado de la carretera para buscar una casa de cambio. No tengo suerte, están todas cerradas al igual que los bancos. Me acuerdo de todas las que vi mientras caminaba por Shkodra y no utilicé. Finalmente me acerco al único cajero automático que veo abierto para conseguir algo de efectivo, era la única opción que quedaba.
Al volver a la gasolinera decido intentar un poco más, solo 15 minutos. En eso, alguien para. Lo primero que hago al acercarme es preguntar si es un taxista. Me dice que sí, por lo cual le digo que estoy viajando a dedo por Albania y que no tengo dinero para pagar un taxi. Le agradezco por parar, pero el chico insiste en que me suba. “Autostop, no money, no leks”, repito para hacerme entender. El tipo dice que no hay problema, que me llevará igual. Dudo un poco, pero finalmente subo al auto. Ya es de noche y hace frío.
El conductor no habla casi nada de inglés. Como puedo me presento y le vuelvo a explicar que estoy haciendo autostop, ya que no quiero malos entendidos nuevamente. Me mira y no dice nada, por lo cual asumo que entiende. Un par de kilómetros adelante se sube otra persona que también va a Durres. Mientras conversan miro el mapa en el teléfono para ubicarme y saber cuánto falta para llegar. Me tranquiliza saber que ya voy en camino a una ciudad.
Te dejo este artículo sobre mi primer gran viaje haciendo autostop por Alemania, donde comparto algunos consejos para hacer autostop por Europa. Seguro te interesará.
Pero la tranquilidad dura poco, ya que el auto se para súbitamente en medio de la carretera. El conductor no sabe qué pasa, intenta echarlo a andar, pero nada. El auto está muerto. Mis nulos conocimientos de mecánica me llevan a mirar el tablero del auto. Ahí está la causa: la luz roja del combustible no deja de parpadear. El auto no tiene gasolina.
«Lindo lugar y momento para quedar en pana», pienso al mirar por la ventana.
El conductor se baja a empujar y pide que le ayudemos. Me bajo con precacución por el lado que da hacia la barrera para evitar que me pasen a llevar los autos que transitan por la otra pista. Tenemos que llegar a la siguiente gasolinera, ubicada a unos 900 metros de distancia. Los bocinazos no tardan en llegar por el atasco que se está formando. En eso aparece una patrulla que se estaciona delante de nosotros. Un policía baja furioso y va directo a pedirle los papeles del auto al chico que no sabe como reaccionar. Lo increpa y le grita duramente. Mira hacia donde estoy, pero no dice nada. Luego se acerca otro y me pregunta si hablo inglés y si tengo pasaporte. Respondo que sí y comienzo a buscarlo dentro de mi mochila, pero me interrumpe y dice que no es necesario.
El interrogatorio termina abruptamente, ya que el policía malas pulgas nos ordena que sigamos empujando. El otro policía, el tranquilo, se sube a la patrulla y nos escolta los metros que faltan. El policía gruñón no para de gritar y regañar al conductor, quien lo único que hace es agachar la cabeza y empujar.
Al llegar a la gasolinera nos dejan y se van sin multar al afligido conductor. Parece que los gritos fueron suficientes como castigo.
Después de cargar combustible seguimos el viaje como si nada hubiera pasado. El chico me deja en el centro de la ciudad justo frente a la estación de autobuses. Después de agradecerle por el viaje camino hacia las pocas boleterías que todavía quedan abiertas. En los pocos metros que recorro taxistas y choferes de los minibuses estacionados comienzan a ofrecerme boletos para todo tipo de destinos que no conozco. Los ignoro amablemente y me acerco a las ventanillas para ver si hay alguna opción para continuar a Himara, pero ya es muy tarde. No queda otra alternativa que pasar la noche en Durres.
Ya esta oscuro. Miro alrededor y no me gusta lo que veo. Las luces navideñas que cuelgan por la avenida y los muros de los edificios en algo embellecen el lugar, pero de igual modo no me gusta. Reviso si me puedo conectar a alguna señal abierta de Wifi para buscar donde dormir, pero no hay ninguna disponible. En el mapa veo que hay un centro comercial cerca y hacia dirigo mis pasos. Tengo suerte, ya que en el lobby hay una señal abierta a la que me conecto sin mayores problemas. Cinco minutos más tarde ya voy camino a un hostel que está a solo tres calles de distancia. Ha sido un largo día y lo único que quiero es un lugar para descansar y comer algo.
Lo inesperado: Albania con acento argentino
Apenas entro al hostal veo una pantalla gigante con la transmisión de la final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y River Plate a jugarse en pocos minutos más en Madrid. Con el trajín del día había olvidado el partido. Al hacer check in descubro que dos de los voluntarios son argentinos y lo más curioso, uno de Boca y el otro de River.
Los chicos tienen todo preparado para ver la final: vino artesanal y pizza. Apenas vuelvo a la sala después de dejar mis cosas en la habitación me ofrecen un poco de ambos, que tome lo que quiera me dicen. Parece que notan en mi cara que no había comido mucho durante el día. Acepto la oferta y me instalo junto a la estufa a leña con una copa de vino tinto y un trozo de pizza en la segunda línea del palco improvisado que habían preparado en la sala del hostal. En las butacas principales están ellos sufriendo por sus colores.
Después de un partido dramático, River es el campeón y le da el mejor regalo de cumpleaños que Pila (uno de los chicos), podría haber recibido. ¡Sí, está de cumpleaños!
A pesar de lo que se pudiese pensar, apenas suena el pitazo final se acercan y se saludan fraternamente, ya que además de estar viajando juntos, también son primos.
Mientras como un poco más de pizza, noto que el ganador, en un minuto de intimidad, se retira de la sala hacia un pasillo y descarga toda la emoción contenida. Lágrimas de felicidad o de pena por no poder estar junto a los suyos celebrando su cumpleaños y la victoria, corren por sus mejillas mientras yace sentado junto a una de las paredes. Me pongo en sus zapatos por un momento. Pienso que habría hecho lo mismo. Para algunos, para muchos, el fútbol es algo más que un simple deporte. Es algo que traspasa fronteras y que se arraiga en lo más profundo de quienes realmente se identifican con los colores de un equipo. Lo digo por lo que acabo de ver y porque me ha tocado estar en la misma situación (buenas y malas) apoyando al equipo de mi vida, ¡Vamos la U!

Así terminó mi primer día en Albania, a 190 kilómetros de Himara, en la calidez de la sala de un hostal viendo la gran final con la impensada compañía de unos amigos argentinos y una copa de vino en la mano.
Mejor de lo que hubiera podido imaginar.
Muchas gracias, «Faleminderit”, Albania por esta gran bienvenida. Ha sido un día inolvidable.
Espero que te haya gustado este relato de mi primer día haciendo autostop en Albania. Viajar de esta forma es toda una aventura y te pone a prueba a cada momento, ya que la incertidumbre es constante. Puede no ser la foma más cómoda de viajar, pero permite conectar con las personas locales de otra forma y eso me fascina.
Te espero aquí abajo, en los comentarios, dejáme saber que te ha parecido y si sabías algo de Albania. Sigamos viajando y ayudame a que otros se unan a este viaje, compartiendo esta publicación.
Pato | En Modo Viajero

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