Máncora: Recuerdos de mi primera vez

Estoy nervioso. ¿Qué hago si se pierde mi mochila?, ¿Si me quedo dormido y pierdo el vuelo?, ¿Qué hago si me duele el estómago y no soporto el despegue?, “Mejor no comeré nada antes de partir”, ¿Y si no me dejan salir de Chile o no me dejan entrar a Perú?, o aún peor: ¡Y si se cae el avión!

Estas y otras terribles y exageradas preguntas se repetían en los días previos a mi viaje a Máncora en Perú, en lo que fue mi primer viaje al extranjero y mi primer viaje en avión.

Máncora, Perú
Máncora.

Las vacaciones han terminado y ya estoy de vuelta en Santiago, fueron tres espectaculares semanas mochileando por el mágico Valle del Elqui y San Pedro de Atacama. Apenas he comenzado a trabajar, pero no puedo dejar de pensar en las próximas vacaciones. Tengo claro que falta mucho ¡Un año! y que no llevo ni una semana trabajando. Pero también sé que no puedo dejar de pensar en mi próximo viaje y necesito hacer algo al respecto.

Con Beto, el amigo con el que viajé a San Pedro, conversamos acerca de esto. Estábamos viajando y a la vez pensando en viajar más. La motivación que produce estar en un estado de “felicidad y estimulación constante”, por llamarlo de alguna forma, nos llevaba a pensar en extender y mantener por más tiempo ese estado físico y mental. Estar viajando y pensar en seguir viajando aún más, es algo que a todos no ha pasado. A quién no le gustaría extender los días en la playa, el paseo a la montaña o el viaje a ese lugar soñado y que por fin pudiste visitar.

San Pedro de Atacama
Con Beto en San Pedro de Atacama

En esas primeras semanas de vuelta a la realidad, decidí que el próximo viaje, las próximas tres semanas de libertad, las pasaría fuera de Chile. El próximo viaje sería a Perú y Ecuador, específicamente a Máncora y Montañita.

La idea era pasar unos días relajados, de playa y con buen ambiente. Todo lo que necesito para unas vacaciones de verano después de un año sentado frente a un escritorio trabajando de lunes a sábado.

No era un viaje cualquiera, era especial. Este viaje significaba mi primer viaje en avión y mi primer viaje fuera de Chile, importantes histos en la mi vida viajera. ¿Yo viajando en avión a otro país?. Unos años antes, jamás lo hubiera imaginado.

Pero no iría solo, logré convencer a Beto para sumarse a esta aventura. Sería el tercer verano mochileando juntos. Gran partner.

Antes del viaje teníamos cosas por hacer: lo primero era pedir las vacaciones en la misma fecha (pequeño detalle). Yo podía pedirlas solo en febrero, mientras que él no lo sabía, ya que apenas había comenzado a trabajar. Era el tema más importante y debíamos solucionarlo pronto para comprar los tickets con anticipación, segundo gran tema, y no pagar tanto. Lo tercero era lo menos relevante en ese minuto: planificar la ruta del viaje. Máncora y Montañita eran la base, pero queríamos conocer otros lugares también: ¿Más de Perú o más de Ecuador?

El año pasó volando. El comienzo de la primavera nos alertaba que se acercaba fin de año y teníamos que seguir preparando el viaje. Después de haber tomado la decisión de viajar, no habíamos hecho mucho más, teníamos mucho tiempo por delante.

Después de un par de semanas viendo diferentes opciones, finalmente logramos ponernos de acuerdo: el viajé sería entre finales de febrero y comienzos de marzo. Ahora, tenpíamos que comprar los pasajes, pero algo ha cambiado.

Ya no seremos dos, sino tres los aventureros.

Nata, una chica con la que habíamos compartimos hostel en San Pedro de Atacama, también estaba interesada en conocer Máncora y Montañita y ha preguntado si nos puede acompañar.

Tengo que reconocer que la idea no me convencía del todo. Con Beto ya habíamos viajado juntos y conocíamos bien nuestros gustos y como relacionarnos durante el viaje. Pero con Nata solo compartimos un par de días en San Pedro y después de eso no mucho más. No sabía cuáles eran sus intereses  o cómo era su forma de enfrentar los viajes. Tenía razones para dudar, ¿Sería buena idea viajar con una persona desconocida?

Máncora
SPOILER: Así son los atardeceres en Máncora.

Cuántas historias hay de viajes que se arruinan o no terminan de la mejor forma por no encajar con los compañeros de viaje, ya que no se portan a la altura de lo esperado, tienen otros intereses, privilegian lo individual sobre el bien del grupo, son indecisos o se quejan por todo a cada paso que dan.

Tenía mis dudas, pero al final le doy una vuelta al tema: me serviría para aprender a viajar fuera de mi zona de comfort (amigos y familiares), el grupo sería mixto lo que le agregaba un toque novedoso y era una buena forma de poner a prueba mi capacidad de adaptación a nuevos escenarios. Por último, cualquier cosa que ocurriese serviría de experiencia para el futuro. ¿Qué tan malo podría ser?

Los pasajes los compramos a comienzos de diciembre, una noche en la que pudimos conectarnos a la misma hora. “Compremos vuelos directos”, “mejor con escalas”, “viajemos de noche”, “viajemos en la semana”, “no, mejor el fin de semana”. Como era de esperar, cada uno tenía tenía diferentes preferencias. Al principio costó un poco ponernos de acuerdo, pero finalmente lo logramos y compramos los deseados pasajes en avión.

Las semanas siguientes hicimos un par de reuniones para definir la ruta de viaje, disipar dudas y conversar acerca de nuestras expectativas. A pesar de lo que se pudiese pensar, todos compartíamos, en cierta medida, los mismos gustos e imaginábamos el viaje de una manera similar. Fue muy bueno reunirnos para ponernos de acuerdo y alejar todo tipo de prejuicios. Para mí era un viaje especial y necesitaba estar seguro que lo iba a compartir con las personas correctas.

Comienza la aventura: mi primer viaje en avión


Y llego el día. Después de una semana en el maravilloso Valle del Elqui, regresé a Santiago para tomar el vuelo a Perú.

¿Imprimiste los tickets?, ¿compraste soles?, ¿llevas saco de dormir?, ¿llevan cámara?, ¿reservamos hostel por adelantado?, ¿a qué hora nos juntamos?, fueron algunas de las preguntas que se repetían en un chat que armamos para organizar todo. La ansiedad y el nerviosismo de la primera vez, se intensificaban a medida que se acercaba la hora.

El vuelo era a las 5:20 am, por lo cual nos juntamos en la casa de Nata para preparar las últimas cosas y salir juntos al aeropuerto. Unas cervezas nos ayudaron a bajar la ansiedad de las horas previas y «despedirnos de Chile».

A eso de las dos de la mañana salimos para el aeropuerto. Aunque teníamos tiempo de sobra para hacer el check in, igual estaba nervioso por la hora. Por mi hubiésemos llegado antes. Ya me imaginaba viendo partir el avión por la ventana del aeropuerto, perdiendo el vuelo, por llegar atrasado. Como no había viajado antes en avión, no sabía exactamente como era todo el proceso en el aeropuerto. Nata estaba más tranquila, no era su primer viaje, por lo cual lo tomaba todo con más calma. Ella ponía la cuota de tranquilidad, mientras nosotros imaginábamos los peores escenarios.

Máncora Perú
Minutos antes de subir al avión

Después de hacer el check in y pasar policía internacional, sentí como bajaba la adrenalina y todo volvía a la calma. Esta sensación de desahogo no duro mucho, ya que ahora venía el otro tema con el que había estado soñando: el despegue.

Hay personas que tienen ataques de pánico, sufren desmayos o simplemente tienen terror a volar en avión y toman pastillas para dormir y soportar el viaje. Como nunca había estado en esta situación, no sabía cómo mi cuerpo iba a reaccionar. Por lo mismo, no comí mucho antes de volar por miedo a que se me devolviera todo al despegar. Quería evitar cualquier tipo de problemas.

Y llego el momento: poco a poco el avión comenzó a moverse para agarrar vuelo. Yo iba con la vista en la ventana tratando de ver lo que se podía a esa hora de la madrugada. Mi estómago no paraba de moverse y sonar, no sabía si era por nerviosismo o por hambre. En cosa de segundos, el avión aceleró y comenzamos a elevarnos. Ese par de minutos que dura el despegue, fueron un poco incomodos. Sentía como mi cuerpo se pegaba al asiento y m estómago se contraía mientras alcanzabamos mayor altura. Cuando el avión volvío a su posición, mi cuerpo se despegó del asiento y todo volvión a la normalidad. Seguía vivo y no había vomitado ¡Sí, estoy volando!

Nata y Beto estaban bien, también habían sobrevivido. Con una mirada y un gesto se reportaron sanos y salvos. Lamentablemente no quedamos juntos.

Amanecer en Perú.
En algún lugar entre Chile y Perú. Lindo amanecer.

El viaje fue tranquilo, cuatro horas más tarde estábamos en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, para una escala de cinco horas antes de partir a Tumbes.

En ese tiempo no hicimos mucho. Pensamos en ir hasta el centro, pero no quisimos arriesgarnos y andar corriendo con el tiempo. Apenas nos alcanzó para dar una vuelta por las afueras del aeropuerto y dormir un poco antes del siguiente vuelo. Con la experiencia del primer vuelo, el segundo fue mucho más tranquilo. Las cosquillas y el nerviosismo se hicieron presente, pero en menor intensidad.

Dos horas más tarde arribamos a Tumbes, la última parada antes de nuestro destino principal: Máncora.

En el vuelo a Tumbes quedamos juntos. Una cerveza peruana nos ayudó a controlar la ansiedad. Cada vez estábamos más cerca.

Después de retirar nuestras mochilas comenzamos a buscar la forma más conveniente para llegar hasta Máncora. Como no encontramos buses directos, decidimos tomar un taxi. Lo pensamos mucho al principio, ya que los taxistas no tienen buena fama en el trato con los turistas. Son muchas las historias de abusos o cobros desmedidos que rondan la web (cosa que pasa en muchos países), que nos hicieron dudar sobre esta opción.

Luego de conversar sobre precios con los taxistas que estaban en las afueras del aeropuerto, elegimos el que nos pareció más conveniente. Nos fuimos directo, no paramos en Tumbes. Prácticamente no habíamos dormido y solo queríamos llegar pronto, estar junto al mar y comer algo.

Bienvenido a Máncora: las primera horas


Hasta que llegamos a Máncora ¡Por fin!

Lo primero que hicimos fue buscar hostel, ya que no reservamos por adelantado. Decidimos rápido, vimos un par de opciones y tomamos uno que estaba frente a la playa. La idea era estar cerca del mar. Hicimos rápido el check in y luego salimos a buscar un lugar donde comer. Habíamos comido solo las cosas del avión y necesitábamos algo más contundente. Comida de verdad.

Nos sentamos en uno de los restaurantes de la playa y pedimos un buen plato para calmar el sonido de nuestros estómagos y algo “para la sed y para la calor”. Yo pedí un lomo saltado y una caipiriña.

Máncora Perú
En ese minuto la cara de felicidad no nos la quitaba nadie.

La ansiedad, nerviosismo, temor e incertidumbre previa al viaje habían desaparecido. Después de todo eso, con mis pies en la arena y con el sonido del mar como telón de fondo, podía decir con certeza que estaba disfrutando de mi primer viaje al extranjero. En ese efímero momento, en ese segundo de pausa y reflexión, todo fue perfecto. La comida, la bebida, el lugar, la compañía y el momento del día.

No podíamos haber llegado en mejor momento. Por el sur, el sol coloreaba de tonos rojos y anaranjados las nubes. Después de 12 horas de viaje fue el marco perfecto para coronar la tarde. Todo fue perfecto.

Máncora Perú
El mejor momento del día.

Al terminar, compramos unas cervezas y nos sentamos junto a la playa para relajarnos un poco después de la comida. Luego fuimos a dar un paseo nocturno por la ciudad. Caminamos por las calles cercanas y a lo largo de la avenida principal. Habían muchos restaurantes, tiendas de souvenirs, artículos para la playa y también muchas “moto taxi”. Nos quedamos un buen rato mirando las cosas que habían en el mercado artesanal de la plaza de Máncora. Había cosas muy lindas.

Después volvimos a la playa. Ya era casi media noche, pero para algunos el día estaba recién comenzando. Los restaurantes se habían transformado en improvisadas discotecas. La música sonaba a todo volumen mientras decenas de personas, que no sabía de donde habían salido, bailaban en medio de las mesas (algunos arriba de ellas) y frente a las salas de baile. Para no ser menos, nos unimos a la fiesta. La noche estaba muy agradable y había que celebrar el comienzo de nuestra aventura. A pesar de que estábamos un poco cansados, dejamos todo eso de lado y disfrutamos la noche bailando y compartiendo con otros viajeros. Había muy buen ambiente, ambiente de verano.

Así era el ambiente por la noche.

A la mañana siguiente, más bien después del mediodía, salimos a conocer un poco más de la ciudad y luego nos cambiamos de hostel. Nos habían recomendado mucho el “Loki Máncora Hostel”. Después de conocerlo, decidimos cambiarnos, ya que tenía piscina, jardín con hamacas y un bar.

Dejamos nuestras cosas y luego nos fuimos a la playa. Pasamos todo el resto del día disfrutando del sol y el mar. El agua estaba perfecta, cálida, como me gusta. Cuando voy a la costa en Chile, rara vez me meto al mar, ya que el agua es muy helada. En Máncora era todo lo contrario, estaba excelente.

Máncora Perú
Paseando por Máncora.
Máncora Perú
Pasando la tarde con amigos viajeros.

Ya por la tarde se nos unió un grupo de chilenos que habíamos conocido la noche anterior. Con ellos compartimos unas cervezas hasta la puesta de sol. Nuevamente la naturaleza nos regalaba un espectacular atardecer y nos deleitaba con sus colores.

Al volver al hostel nos encontramos con que había una “fiesta hawaiana”. Cada día se organizaba un evento con un motivo diferente para los huéspedes. Globos, collares de flores, improvisados tatuajes y mucho alcohol estaban listos para la celebración. El ambiente era principalmente internacional. Había gente de Australia, Inglaterra, Alemania, Brasil, Colombia, Francia y por supuesto, Chile. Yo habalaba muy poco inglés, por no decir nada, pero la cerveza tenía algo mágico, ya que en varias oportunidades me vi improvisando frases y palabras sueltas en inglés para comunicarme con el resto de los viajeros. ¿Qué les dije? Nunca me acordé.

Máncora Perú
¡Alohaaaa! (Perdon por mi cara).

Era la primera vez que estaba en un lugar así, ya que siempre acampaba o me quedaba en casa de amigos, pero raramente en hostels. Había un pequeño mundo en ese lugar, un poco loco y alcoholizado a esa hora de la tarde, que me enfrentaba a una situación en la que nunca había estado. En un momento de «lucidez», pensé: ¡wow, que grande, diferente y loco es el mundo!

Nuestra segunda noche en Máncora, no fue muy distinta a la anterior. Música, cervezas, conversaciones random con personajes que aparecían de la nada para intercambiar algunas palabras y se alejaban entre la multitud sin dejar mayor rastro. Una suave lluvia tropical refrescó durante la madrugada el encendido ambiente de sábado por la noche en este pequeño paraíso mochilero.

Loki Máncora
¿Un trago?, seguro.

Pasamos la noche entre la fiesta hawaiana y las discotecas de la playa. La playa y bares estaban repletos de viajeros disfrutando de los últimos días de febrero, tal vez, los últimos días de vacaciones para muchos de ellos. Nosotros estábamos recién empezando.

Ya cuando los locales de la playa bajaron la cortina, animados por un par de cervezas y con otros viajeros (algunos personajes que conocimos durante la ncohe), intentamos seguir la fiesta en un hostel cercano. Como no conocíamos la ciudad, tuvimos que tomar una de las llamativas “moto taxi”. Contra todo pronóstico y como pudimos, nos subimos cuatro personas a una de ellas, Beto, un par más y yo. Digo como pudimos, ya que el espacio esta destinado para dos, tal vez tres personas como máximo. El viaje, que no duró más de 10 minutos, fue como ir en un barco en alta mar en medio de una tormenta. La cabina se movía de un lado a otro (nuestra cabeza también por la cervezas), mientras tratabamos de sujetarnos de cualquier cosa para no salir volando cada vez que el chofer pasaba por algún hoyo del camino.

Cuatro personas en un espacio como ese.

Cuando llegamos, encontramos que la fiesta ya había terminado, por lo cual tuvimos que volver enseguida. El regreso fue igual o peor, ya que el conductor al parecer tenía prisa y se encargó de pasar por cada bache que encontró. Después de esa mini aventura y asegurarnos que estábamos enteros y a salvo, decidimos volver al hostel. Ya era tarde y al otro día, en un par de horas más, teníamos que continuar el viaje.

Nos levantamos temprano, aún con sueño y algo de resaca, para aprovechar el desayuno y pasar el tiempo que quedaba en la piscina del hostel antes de emprender el viaje a Guayaquil, nuestro siguiente destino.

Nos hubiesemos quedado felices en Máncora, pero teníamos el tiempo justo y queríamos seguir conociendo. El viaje estaba recién comenzando.

Disfrutando de la piscina del hostel.

Al comenzar el viaje a Ecuador, no solo quedaban atrás unos intensos días de fiesta y playa, también ya quedaba en el pasado, en mi historial viajero, mi primera visita a un país extranjero y mi primer viaje en avión.

Máncora sin saberlo, se había convertido en un lugar especial que quedará para siempre en mi memoria. En el lugar de “mi primera vez”.

Siempre hay una primera vez.


Espero que te haya gustado este relato de mi primera vez en Máncora. Fue un viaje lleno de sensaciones, ya que marcó varios hitos en mi vida viajera: mi primer viaje fuera de Chile y la primera vez que lo hice en avión. Tal vez, te pueden parecer cosas sin importancia, pequeñeces, pero créeme que en la vida de todo viajero la “primera vez” es una experiencia que no se olvida jamás.

¿Cuándo y dónde fue tu primera vez? Cuéntame en los comentarios.

Saludos viajeros | Pato

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